Envío a todo México

FIL GUADALAJARA

Más cerca de Texas que del DF

Los autores de la frontera con Estados Unidos son hoy el polo más poderoso de las letras mexicanas

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

Guadalajara (México) 3 DIC 2015 – 16:05 CET

Los paneles informativos que salpican las calles de Guadalajara incorporan un lema que trasciende la mera descripción: «Jalisco es México». En el caso de la literatura, durante décadas funcionó además la versión del revés: México es Jalisco. Baste pensar en la potencia narrativa del Estado que vio nacer a tres monstruos como Mariano Azuela, Juan Rulfo y Juan José Arreola. Algo sin embargo se mueve por encima del Trópico de Cáncer. En los últimos años, el foco de la mastodóntica literatura mexicana se ha desplazado hacia lugares como Sinaloa, Nuevo León, Sonora o Chihuahua, en la franja septentrional del país con más hablantes de español de la Tierra (122 millones).

Un buen mapa para ese desplazamiento es la antología de relatos Norte, preparada por el escritor Eduardo Antonio Parra, publicada por la editorial Era y presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, capital del Estado de Jalisco y, con permiso del Distrito Federal, también de la literatura mexicana moderna. Hasta ahora.

Consagración

La consagración de autores como Élmer Mendoza, Daniel Sada, Cristina Rivera Garza o Julián Herbert, todos ellos con libro nuevo en la FIL, ha llevado a los editores a preguntarse qué había alrededor y detrás de nombres como esos cuatro. Así, Norte reúne cuentos de 49 autores nacidos entre 1887 (como Martín Luis Guzmán) y 1978 (como Luis Panini). Treinta y ocho hombres y 11 mujeres, 28 vivos y 21 muertos. Es Gabriela Riveros, incluida en la selección, la que desglosa las cifras antes de aclarar que «el norte es muchos nortes». También «México es muchos méxicos», tercia Élmer Mendoza, irritado con «ese invento» de que México es uno solo, grande y monolítico y al que el antólogo llama «el gurú».

Narrativa del norte, de la frontera o del desierto son los nombres con los que los manuales se refieren a una literatura que, lejos de surgir de la nada, cuenta con antecedentes como Alfonso Reyes o el propio Guzmán. Sin olvidar a José Revueltas e Inés Arredondo, dos de los más importantes cuentistas mexicanos, solo comparables, según Eduardo Antonio Parra, con Rulfo y Arreola. Cronistas de lugares en los que casi nunca pasa nada —»ni siquiera la lluvia»—, Parra insiste en la diversidad de voces pero se atreve a dibujar un imaginario común a los narradores que, dice, se están transformando en el nuevo canon: «Líneas fronterizas, desiertos, cadenas de montañas, urbes y planicies por los que deambulan lugareños y migrantes, gringos extraviados e indígenas supervivientes, seres de carne y hueso y espectros surgidos de realidades alternas».

Pese a los antecedentes, Luis Jorge Boone recuerda que cuando él empezó a leer, los escritores estaban «muertos o lejos». Nadie parecía hablar del paisaje que él veía a diario. Hasta que dio con un autor al que leyó como si fuera de Coahuila, en el límite con Texas. Ese autor era Cormac McCarthy y solo después supo Boone que no era paisano suyo. O sí. «El paisaje es el mismo», explica Julián Herbert, que después del éxito de la crudamente autobiográfica Canción de tumba, en la que narra su infancia como hijo de una prostituta, acaba de publicar La casa del dolor ajeno (Literatura Random House), situado en la ciudad norteña de Torreón durante la revolución mexicana.

La aduana es permeable

«Ni te das cuenta de que la frontera está ahí», continúa Herbert. Para él, el DF está más lejos que Austin. También para él la aduana es permeable: «Pasar es duro para los migrantes, pero los gringos no desconfían si llevas placas de frontera en el coche. Y si tienes una casa en propiedad en Coahuila, como yo, te dan una visa por 10 años. Saben que no vamos a quedarnos allí. Muchas veces paso a comer a Estados Unidos y vuelvo. Eso sí una vez se me ocurrió decir que iba a una reunión de trabajo a Los Ángeles y me retuvieron horas».

Esa realidad particular da lugar a un estilo particular. Los libros de Herbert están moteados de palabras en inglés integradas en el discurso de forma natural, como un argot mexicano más. «Crecí con los dibujos animados que llegaban por la televisión gringa, no con los de aquí», aclara, y añade: «Durante mucho tiempo la cultura estadounidense fue para mí la cultura a secas. Lo cierto es que nuestro mundo está más cerca de Cormac McCarthy que de Carlos Fuentes».

CONTRABANDO Y TRAICIÓN

“Salieron de San Isidro, / procedentes de Tijuana / traían las llantas del carro / repletas de hierba mala / eran Emilio Varela, / y Camelia, la Texana”. Luis Jorge Boone se presentó en la FIL dispuesto a cantar estos versos de ‘Contrabando y traición’, la canción de Los Tigres del Norte. Él llevó un sombrero pero nadie llevó acordeón. Eso sí, se encargó de levantar la sesión cantando a capella un corrido norteño al que le cambió la letra: “Habrá muchas despedidas, / pero como esta ninguna, / 1,2,3,4,5,/ 5,4,3,2,1 / siempre fue cabrón el norte / desde que estuve en la cuna”.